Zoom in a los silencios catárticos de Paul Thomas Anderson

Se tiende a pensar que los diálogos insertos en medio de una narración aligeran la lectura, ofrecen una pausa al relato para volver con ímpetu al continuum de la narración; la destreza del novelista radica, entonces, en saber dosificar estos oasis dentro del ritmo interno de la novela. En autores como Dostoievski, Ishiguro, Onetti pasa todo lo contrario: preparan la llegada del diálogo, lo anticipan con ciertos detalles o atisbos, como si prepararan cuidadosamente una escena. De modo que, al momento de producirse el diálogo, se vierte en él todo el drama; la catarsis resulta eficaz y doblemente impactante. En estos casos, el regreso a la narración o a la descripción se lo percibe como un descanso o un alivio.

En el cine de Paul Thomas Anderson se vive esta misma técnica, pero no con diálogos sino con silencios en los que se aglutina, en una sola escena o secuencia, la energía de escenas previas o espacios psíquicos. Analizaré una escena de Boogie Nights (1997) y una de Phantom Thread (2017) para ejemplificarlo.

En Boogie Nights, el director de cine para adultos, Jack Horner (Burt Reynolds), ha contratado a un superdotado Dirk Diggler[1] (Mark Walhberg) justo a tiempo para revitalizar la industria del cine porno, que está en franca decadencia con la llegada del videotape hacia finales de los setenta y principios de los ochenta.

Los primeros minutos del metraje nos preparan para asistir a la primera escena con la joven promesa, pero, antes de que se filme esta escena, vemos a un bonachón cameraman (encarnado por Ricky Jay)[2], en un diálogo con Little Bill (William Macy), ayudante de dirección de la nueva película, quien acaba de ver a su mujer teniendo sexo con otro hombre ante la vista y paciencia de varios invitados a una fiesta en casa de Horner. Mientras el cameraman le habla de varios problemas técnicos con referencia a la escena que se les avecina, Little Bill está ensimismado y ofuscado por lo que acaba de presenciar. De este diálogo lo que destaca es la total apatía, inmutabilidad e inexpresividad del rostro del cameraman frente a la desgracia de su compañero.

Más adelante, cuando al fin comienza el debut de la joven promesa sexual, y luego de dar la voz de “Acción”, todo el mundo hace silencio. No existe en esta escena música de fondo, solo se escuchan los apasionados quejidos lúbricos de los actores en escena. De pronto, vemos el rostro inexpresivo del cameraman, quien se aleja del lente de la cámara para percatarse de si lo que está viendo es real o es algún defecto del lente. Solo este gesto casi imperceptible muestra el impacto visual al que está siendo sometido todo el set, que se ve obligado a reprimir cualquier señal de asombro durante la escena. Esto amplifica la imaginación del espectador, porque, si un hombre inexpresivo y autocontrolado recula ante el enorme pene de Dick Diggler, los demás hacen esfuerzos ingentes para mantener la cordura, como lo hace Scotty, actor y sonidista, interpretado por Philip Seymour Hoffman, quien literalmente “sufre” ante lo que ve mientras sostiene la caña con el micrófono cerca de la escena de fornicación. De modo que, cuando el Scotty grita “Corte”, se siente el alivio, la descarga pulsional de todo el set. Como espectadores, somos parte de esa tensión en grado doble, porque, a diferencia del set, nosotros no vemos nada.

Por lo tanto, el diálogo trivial que tiene el cameraman con el ayudante de dirección prepara e intensifica la tensión de la escena; esto sería suficiente para crear toda el aura de autoconfianza y osadía que acompaña y se incrementa en Dirk Diggler a lo largo de la película. La escena frontal que muestra el pene de Diggler hacia el final de la película es innecesaria, un error que disminuye o mata el mito que fuera creado en la imaginación del espectador.

Fragmento de la escena https://www.youtube.com/watch?v=_d8z8JJJF6A

Veamos a continuación una escena de Phantom thread que sigue el mismo procedimiento. Se da hacia el final de la película, es la escena que marca el desenlace de todo el filme.  Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) y Alma Elson (Vicky Krieps) están en el comedor. Alma ha servido la cena que consiste en unas setas al jugo; las setas están envenenadas. Previamente se nos ha dado una toma de Reynolds en la penumbra del comedor; él ve a Alma preparar la cena y se lo nota ensimismado, pensativo. Con un gesto imperceptible que solo lo puede lograr un genio como Daniel Day Lewis vemos que, por un instante, ese rostro adquiere un brillo, una luz en su mirada, se ha dado cuenta de que Alma está cocinando setas venenosas y que el problema estomacal que sufrió meses antes de casarse se debió precisamente a un envenenamiento controlado por parte de Alma. Esta pequeña toma hace que luego la escena sea intensamente dramática. No sabemos si Reynolds va a aceptar ser envenado o va explotar de rabia (también ha influido, para el dramatismo de la escena, la construcción de un personaje atormentado con su genialidad, con arrebatos de celos, de ira descontrolada, de manías y de pequeños rituales insufribles). La lentitud con que Reynolds acerca el tenedor a su boca, la parsimonia con que deglute el primer bocado y, posteriormente, tras largos y agónicos minutos de silencio, el parlamento de Alma quien prácticamente traza una especie de tregua o ajuste de cuentas con Reynolds logra producir una catarsis desbordada en el espectador. Reynolds acepta su suerte: vivir con un monstruo a cambio de poder ver a su madre; pues en las alucinaciones que le produce la ingesta de setas envenenadas, él puede ver y hablarle al fantasma de su madre.

Reynolds acepta su cruel destino a cambio también de que su empresa (recordemos que él es dueño y regente una reputada casa de modas) siga prosperando, porque sabe que Alma (solo un monstruo como él lo haría) podrá continuar con la expansión del prestigio de la casa: una descompensación física a cambio de la supervivencia de la empresa. En Boogie Nights el debut del joven actor marca el último apogeo de la industria porno, apogeo que traerá consigo excesos que pondrán en riesgo la vida del actor: nuevamente una descompensación física a cambio de la supervivencia de la industria.

Se ha constatado cómo el trabajo de Paul Thomas Anderson en la dirección de sus películas involucra, además de una fotografía impactante, vestuario deslumbrante y escenografía epocal bien construida (arquitectura georgiana del siglo XVIII en Phantom Thread y arquitectura y mobiliario Bauhauss de finales de los setenta en Boogie Nights), una acumulación progresiva de escenas alternas que desembocan en una escena clave (escenas de construcción y escenas desenlace) regidas por un silencio elocuente, milimétricamente estudiado, que somete a los espectadores a perpetuas intuiciones que complejizan el ambiente, hiperbolizan la trama y el dibujo de los personajes, el sostenimiento ulterior de circuitos empresariales (productora de cine, casa de modas) en los que se juega mucho dinero, prestigio, salud mental y física.

Fragmento de Phantom Thread https://www.youtube.com/watch?v=PI8mZcE4Ccw


[1] Seudónimo de Eddie Adams, personaje inspirado a su vez en el mítico actor porno John Holmes; el mito dice que su pene medía más de treinta centímetros.

[2] Tiene ciertamente su mérito el haber escogido para este papel a un reconocido mago, porque esto hace que, aunque sus apariciones en la película sean esporádicas, no pase desapercibido para el espectador.

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