Chuchaqui

Despierto fuera de mi cama, no recuerdo haberme dormido en el sillón. Siento que mi cabeza está a punto de reventar. Anoche bebí demasiado. Siempre me digo que no volveré a mezclar licores, pero llegado el momento nunca me hago caso.

Hay globos desinflados y serpentinas por todos lados, muchos vasos sucios y ceniceros llenos de colillas. Me busco un cigarro en los bolsillos, pero no encuentro nada. Revuelvo uno de los ceniceros y hallo uno a medio fumar, lo enciendo. Me siento patética haciéndolo.

Me levanto aún un poco mareada y noto que hay alguien dormido en el sillón. No reconozco su rostro, probablemente sea el amigo de un amigo. Prefiero no despertarlo y empiezo a recoger el desastre. Hay varias botellas vacías de cerveza, unas cuantas de vino, un par de tequila y algunas más de ron. Intento no aspirar el olor de ninguna de ellas para no vomitar. Recojo uno a uno los vasos y platos y los pongo en el lavavajillas, barro los globos y las serpentinas del piso, salgo un momento al balcón y enciendo un cigarro mentolado de una de las cajetillas que encontré mientras limpiaba.

El ser humano en el sillón aún no ha despertado. 

Decido terminar mi receso y seguir con la limpieza. Luego de más o menos tres horas he lavado los platos, he trapeado los pisos y he sacado toda la basura. El hombre en el sillón sigue sin despertar. Ha permanecido inmóvil durante toda la mañana. No despertó ni siquiera cuando, de una forma completamente desconsiderada, decidí aspirar la alfombra de la sala. Se me hace un poco extraño, pero decido permitir que siga durmiendo.

Muero de sueño y quiero ir a mi cama, pero no puedo dejar a un desconocido dormido en la sala de mi apartamento. Enciendo la televisión y busco alguna serie para verla en Netflix. Pienso en alzar el volumen al máximo y ver si el chico del sillón se levanta, pero aún tengo dolor de cabeza y finalmente no lo hago.

Despierto luego de más o menos dos horas. La pantalla del televisor me muestra la típica pregunta que te hace Netflix cuando no has interactuado con el aparato durante un buen rato. El tipo sigue dormido en mi sillón, en la misma exacta posición en la que estaba cuando encendí la tele.

Finalmente intento despertarlo, lo tomo del hombro y lo empujo gentilmente varias veces. Nada. No despierta. Lo sacudo más fuerte, pero sigue sin moverse. Con una mezcla entre miedo e incertidumbre, acerco mi mano a su muñeca y aprieto con dos dedos el lugar donde debería poder sentir su pulso. Siento un escalofrío.

Después de un rato, llega la ambulancia de medicina legal y se llevan al cadáver del sillón. Un sujeto me interroga y le cuento lo que sé, que decidí hacer una fiesta por mi cumpleaños, que no sé el nombre del chico ni quién lo invitó, y que me he pasado la tarde limpiando mientras intentaba no despertarlo. Sigo sin saber cómo se llama ni en qué momento de la noche estiró la pata. Solo sé que de ahora en adelante se acabaron las fiestas en casa. 

Al menos por un tiempo.

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