La segunda muerte del Dios Punk

«No es por vos que me despido de aquí,
es que no tengo más nada que escribir».
Sueños Punk Rock

Hace algunos días, mi perra Pipa empezó a perder sus dientes. Ahora ella tiene dos frontales menos y yo, una angustia que crece. Sé que la posibilidad de sobrevivir a mi perra es bastante alta, pero eso no sucede en todos los casos. Ciro fue una excepción, al sobrevivir a su amo, Javier Messina, un joven músico callejero conocido como el Dios Punk.

Para empezar, les hago una pregunta, ¿cuál sería el resultado de juntar en una misma historia los siguientes elementos narrativos: un músico callejero, escopolamina, un escrache en redes sociales y un diagnóstico de enfermedad mental? Seguramente no lo tienen claro, pero intuyen, como yo, que el resultado sería desagradable. La respuesta simple se puede resumir en una sola palabra que incomoda: suicidio, uno de los hilos conductores de La segunda muerte del Dios Punk, un pódcast de no ficción rosarino que estrenó su primera temporada en octubre de 2021.

Es una producción original de Nicolas Maggi y actualmente tiene dos temporadas. La primera está compuesta por 10 episodios y ganó el Premio Gabo 2022, en la categoría Documental de Audio. La última temporada fue recientemente publicada en mayo de este año y es la razón por la que volví a escuchar todo el pódcast. No es raro que para adentrarte en una segunda temporada que sale casi tres años después de la primera, tengas que recapitular todo lo escuchado. La intención de la primera temporada de La segunda muerte del Dios Punk, como asegura el mismo Maggi, es problematizar los escraches, el poder de la viralización en redes sociales, la responsabilidad de los medios y la lentitud de la justicia.

Se trata de un trabajo periodístico que indaga sobre un hecho públicamente conocido que sucedió en 2018, en la ciudad de Rosario, Argentina. Una chica, mediante un audio, denuncia a un hombre joven de haberla drogado en un colectivo. Su testimonio se hizo viral y la violencia contra el hombre se volvió colectiva. Una historia no poco común en los tiempos que corren en cualquier ciudad latinoamericana: la violencia denunciada en forma de escrache en redes sociales y la respuesta de odio colectiva hacia el agresor. Sin embargo, este relato se tuerce y adquiere varios matices que nos permiten escuchar otro punto de vista.

La primera gran arista de la historia es que la supuesta agresión fue denunciada ante la justicia y posteriormente desestimada porque los exámenes toxicológioas no mostraron ningún tipo de droga en el sistema de la denunciante. La segunda arista está compuesta por el Dios Punk, diagnosticado con una enfermedad mental. El desenlace de todo este enrollo es el acoso violento que Javier Messinas sufrió por casi dos años. La situación afectó gravemente su salud mental, que ya era delicada, y muy posiblemente lo encaminó a tomar la decisión de saltar desde la ventana de un piso 14, muriendo instantáneamente. Así es como el Dios Punk, cuidador del perro Ciro, murió dos veces: la primera cuando fue acusado ante la opinión pública por un hecho que no ocurrió y la segunda cuando voló desde una ventana para no volver.

El primer episodio empieza con la voz asustada, nerviosa y llorosa de Luciana, una joven estudiante que usaba el bus como su medio de transporte. En este audio ella cuenta a sus amigas que cree que la drogaron en el bus para secuestrarla, da detalles del supuesto agresor y pide que se viralice el audio para evitar que eso le suceda a alguien más. Como mujer, es imposible no empatizar con esta voz y sentir la rabia que se activa cada vez que escuchamos, presenciamos o sufrimos violencia machista. Sin embargo, a medida que continúas escuchando, no solo cómo ocurrieron las cosas sino también quién era Javier, te inunda una terrible tristeza que, al menos en mí, se desbordó en el episodio 7, cuando intuyes que el Dios Punk terminó en un lugar muy oscuro del que no iba a salir más.

A lo largo de los episodios, el escucha puede ir creando la imagen y personalidad de Messinas gracias a la voz cariñosa de su padre, sus amigos, los compañeros de su banda, Sueños Punk Rock, sus canciones y su propia voz registrada por canales de TV y radio antes de que todo pasara, cuando solo era un músico callejero que vendía fanzines y la guerreaba todos los días para vivir fuera del sistema honrando sus principios. Así te imaginas a un tipo sensible, raro sí, pero inofensivo, un tipo que solo quería hacer música y vivir sin pretensiones, un tipo que prefirió quemarse que apagarse lentamente. Y es que tenemos que entender que Javier vivía de la calle, era su refugio y su sustento. Cuando la violencia lo expulsó de ahí, su mundo dejó de existir y también cómo se había construido a sí mismo.

En el pódcast se escuchan diversas voces, tanto de los personajes cercanos al caso como de expertos, médicos, abogados, fiscales, psiquiatras que analizan, por ejemplo, el surgimiento del escrache como herramienta en un contexto de nula justicia o cómo acciona la escopolamina en el cuerpo humano. Nunca se culpa a Lucía o se levanta alguna bandera en contra del feminismo. Más bien se analiza y reflexiona sobre el poder del escrache y su característica de ser irreversible. En ese contexto, la verdad deja de importar y prevalece la denuncia viral, en torno a la cual nunca o casi nunca paramos a reflexionar. Para mí, esa es la importancia de este pódcast, pues nos pone a pensar en lo importante que es no perder el pensamiento crítico a pesar de lo rotas que estemos.

La segunda muerte del Dios Punk es una historia que nos convierte a todas en perpetradoras de violencia cada vez que compartimos, insultamos, amedrentamos y ejercemos la misma violencia que denunciamos; es decir que el ciclo no para, solo se amplifica. ¿Cómo manejar la rabia que nos posee cada vez que efectivamente drogan, violan y matan a una de nosotras? No lo sé, pero lo que sí sé es que antes de condenar en redes está bueno darnos el espacio a la reflexión. Para mí no se trata de dudar de las víctimas, sino de parar la violencia con determinación por más hartas que estemos del maltrato.

El escrache empieza en un espacio virtual, uno donde todos somos, de cierta manera, anónimos o al menos avatares no corpóreos. No lanzamos golpes físicos, pero sí amenazas y condenas verbales escogiendo las palabras más hirientes o los insultos más obscenos. Básicamente, queremos destrozar con las letras que inundan una pantalla; mientras más viral el escrache, más odio se pone en circulación. Esta práctica sin duda se alimenta de una frustración colectiva cada vez más acumulada y que va creciendo, pero que no logra desfogar. En un mundo de guerras, hambrunas, asesinatos de niños, cancelación de derechos hace décadas obtenidos, todo resta y el escrache deja de ser una herramienta válida para exigir acción a la justicia inoperante, y pasa a convertirse en un arma que se carga y apunta a la sospecha.

Por otro lado, no puedo dejar de pensar en todos esos escrachados que sí han sido culpables, que sí han dañado física y psicológicamente a un ser. Pienso en todas esas víctimas que, como último recurso, usan el escrache porque no hay otra manera de justicia más que someter a la vergüenza pública del agresor. Cuando pienso en esto, me cuestiono otra vez y dudo sobre qué está bien y qué está mal. Me pregunto sobre la relevancia del escrache como una forma de denuncia y de advertencia con respecto a un agresor suelto que puede ser peligroso para todas. Dudo de mi capacidad para distinguir qué es verdad y qué no, recelo de mi capacidad de respuesta ante una sospecha o ante una víctima de violencia real. Seguramente, la única manera de reaccionar o ignorar es después de un sesudo análisis en torno a cada caso que se nos presente en redes sociales. Es una tarea seguramente imposible, pero si es la única manera de resistir al odio indiscriminado, intentaré pararme a pensar a qué le doy mi atención, energía y apoyo.

Termino dejando un breve y escueto resumen de la segunda temporada, que es otra historia dentro de la principal. En estos nuevos capítulos descubrimos el diagnóstico de Javier, esquizofrenia paranoide, y cómo él vivó toda la violencia colectiva desde su cabeza. Solo imaginar que un tipo que ya cree que todo el universo está en su contra, de repente pasa a vivir verdaderamente su paranoia, me resulta insoportablemente doloroso. Cada uno de los episodios agudiza progresivamente la angustia que crecía en el Dios Punk y que nosotros también podemos sentir hasta que llega el desenlace que ya todos conocemos. Es así como en esta temporada, Maggi nos enfrenta a otro tema complejo: las enfermedades mentales.

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