Dislexia

Ilustración: Tito Martínez

El mandatario se levantó a las diez con un mal sabor de boca. Su esposa le daba unos perezosos golpes en la espalda. La tele estaba encendida. Casi un pueblo entero de la zona costera del país había sido masacrado la noche anterior. Los sobrevivientes, llevados a la cárcel. ¿Pero qué significaba esto? Aún adormilado, se comunicó con la ministra. ¡Seguro que escuchó mal la noticia, excelentísimo!  ¿La leyó también? Pues léala con detenimiento de nuevo. ¡Puras patrañas! El pueblo quiere mano dura, pero cuando se la aplica, empiezan los lloriqueos. Nada de qué preocuparse. El mandatario se tranquilizó. Se levantó pesadamente y fue hasta el baño. Sentado en su trono presidencial, recordó que hace pocos meses, días después de haber expedido la Ley de Protección al Ciudadano Honesto, encontraron los cuerpos calcinados de unos niños en una base militar. En esa ocasión, había recriminado al ministro de Defensa. ¿Es usted disléxico? ¿En mi ley dice algo acerca de matar niños? Con el respeto que se merece, excelentísimo, no eran ningunos niños.  ¡Eran de-lin-cuen-tes! Bombas de tiempo es lo que eran. Ah, bueno, si era así, cambia la cosa… Ya saldrán a lloriquear los defensores de los derechos humanos, excelentísimo. ¡Que me vengan a mí con los derechos humanos!

El mandatario dobló el papel triple hoja para limpiarse con delicadeza. Raro era lo que estaba sucediendo. Expedía la Ley de Protección de Economía Popular y a lo poco escuchaba que la gente se estaba muriendo del hambre. Reformaba el Código de Manejo de Áreas Protegidas y, un par de meses después, se enteraba que los militares habían tenido que intervenir preventivamente en una comunidad indígena que se resistía al progreso. En este punto, el mandatario ya no sabía quiénes eran más disléxicos, los que escribían las leyes, los que la aprobaban o los que se resistían a ellas. Si le hubiera dado el tiempo, de seguro las habría leído a todas. Pero para algo tenía a sus subalternos. Y cada pieza del flamante cuerpo legal tenía un nombre tan bello, tan digno:  Ley de Enaltecimiento del Servidor Público, Reglamento de Uso Multipropósito de Áreas Públicas, Código de Protección y Salvaguarda de las Personas en Situación de Calle, Ley de Cuidado al Infante Trabajador… A su entender, iba todo viento en popa.

El mandatario se sentó a tomar su desayuno. Estaba cansado de liderar a ese pueblo de ignorantes. Plebe inculta, como les decía en privado su esposa, que no lee, que no entiende. Nadie valoraba su esfuerzo. A lo lejos, se escucharon disparos. Luego, sirenas. ¡Qué rapidez! ¡Qué efectividad y qué orgullo! Algo le había preocupado al despertar. ¿Qué habría sido? Lo terminó de olvidar con el primer sorbo que le dio a su lata de Coca-Cola, a las diez y media de la mañana.

Texto: Mauricio Montenegro

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